Dicen que cuando uno se enamora no puede ser imparcial.
No se sabe qué es lo que hace
que lleguemos esa situación de enamoramiento.
Simplemente pasa.
Sin dudas la persona que lo
origina tiene cualidades que consideramos imprescindibles para complementar
nuestra vida.
Tengo una alerta Google sobre
Wendy Carlos. Hace años que su vida no es pública. Así que todas las alertas
terminan en ventas de viejos discos y a veces me notifican sobre alguna nota en
la que se la menciona (aclaro que no estoy enamorado de Wendy, pero merced a
investigar, traducir y escribir varias reseñas la conocí un poco).
Entonces por alguna razón
alguien la mencionó en una reseña sobre Happy Rhodes.
Me llegó la alerta y miré la
reseña.
La leí y me gustó.
Así que decidí conseguir algo
de su música.
Al escuchar el primer disco
mi corazón empezó a latir muy fuerte.
Después de escuchar el
segundo disco no pude menos que buscar videos.
Al verla en videos en vivo mi
enamoramiento fue completo.
Entonces como con tan poco
tiempo de conocerla y con tantas emociones que se despiertan disco tras disco, video tras video, pienso
que no puedo ser imparcial en una reseña.
Y que tal vez tampoco le haga
la justicia que se merece una artista del tamaño y la sensibilidad de Happy.
Así que transcribo la reseña que me guió a ella.
Para ser justo la transcribo
textualmente, sin corregir nada.
Deseo que también te enamores
de ella luego de verla y escucharla.
Porque el amor no es celoso.
La gran sorpresa musical de estos últimos meses ha sido, para mi, sin duda, descubrir a esta compositora de Nueva York. La impagable labor de recuperar el talento de Happy Rhodes se ha llevado a cabo gracias al sello de Chicago Numero Group. ¿No conocen este sello?, pues ya están tardando a zambullirse en el catálogo más impresionante de fondo arqueológico que exista. Aquí hallaran ambrosía para sus oídos de la mano de Antenna, Syl Johnson, Willie Wright, Alfonso Lovo, Iasos, Jackie Shane, y un largo etcétera de artistas, colecciones propias, y recopilatorios que exceden cualquier género, ya sea soul, gospel, rock, o new age. Un caudal infinito.
A esta lista se añade esta
mujer que al nacer le pusieron el nombre de Kimberley Tyler Rhodes,
pero como era un bebé muy risueño y el nombre que le pusieron sus padres le era
difícil de pronunciar, su hermano la bautizó como “happy baby”, y con el apodo
de “happy” se quedó. Según cuentan las fuentes consultadas, la juventud
de Happy Rhodes no fue fácil, y su inclinación por las artes
escénicas y la música la ayudó a enderezar un periodo vital que la autora no
recuerda como placentero. A los once años sus padres le compran su primera
guitarra; era una joven precoz, y lo atestiguan sus primeros conciertos a los
catorce ya interpretando algunos temas de repertorio propio. Una vez dejados
atrás unos años de inestabilidad emocional que coincidieron con su ingreso en
la escuela superior, que abandonó a los dieciséis, Rhodes escribe
temas a guitarra y sintetizador que irá grabando en ediciones en casete
bastante artesanales; estas grabaciones fueron circulando entre un grupo
reducido de admiradores, algo que le proporcionó contactar con el sello Aural
Gratification con los que grabó la mayor parte de su producción. A partir de
ahí se sucedieron conciertos, e incluso formó parte del The Security Project,
una banda abierta a músicos de diferente pelaje que reinterpretan la música de
su idolatrado Peter Gabriel.
Hasta aquí llega este somero
repaso a su historia. Desde el 2007 que no edita material nuevo, y prefiere
dedicar su tiempo a vivir tranquilamente en su granja cuidando de sus gatos y
creando software para una empresa musical. Pero la gente de Numero Group llamó
a su puerta para seleccionar canciones de sus primeros cuatro trabajos. Ella no
se creía este interés, y lo primero que hizo, así a bote pronto, fue informarse
sobre el sello porque no tenía ni idea de quien eran. El sello ofreció a Happy la
posibilidad de elegir los temas que conformarían “Ectotrophia” (Numero
Group, 2018), pero prefirió que la disquera tuviera total libertad de
movimiento. Free as a bird.
Este es un recopilatorio
excelso en lo material (edición lujosa repleto de información, material
fotográfico, más una entrevista exhaustiva) y en lo musical. Rhodes fue
siempre una gran admiradora de Kate Bush y Wendy
Carlos, y se nota en la mayoría de las canciones en la que su voz -un
portento capaz de llegar a las cuatro octavas- va alzando una imponente
arquitectura angulosa, y de sinuoso acabado. Gemas resplandecientes compuestas
a guitarra y sintetizador que retratan los anhelos de posteridad en “I Am A
Legend” con una tímbrica que es puro Kate Bush de los inicios.
En otras como “Oh The Drears” la música sirve para exorcizar los fantasmas de
un pasado con heridas aún abiertas; el ambiente saturado, sacramental y casi
feérico de “I Cannot Go On” invita a pensar que Bach tuvo un
papel fundamental en su educación musical, la hermosa “When The Rain Came Down”
es como su particular “Don’t Give Up”, y en el ambiente circense y confesional
de “If Love Is A Game, I Win” y en el relieve de la tenebrosa “Baby Don’t Go”
se esconden los mimbres de una futura Circuit Des Yeux. Un
descubrimiento maravilloso.
Escucha Happy Rhodes, Ectotrophia, en Spotify
Escucha Happy Rhodes, Ectotrophia, en Spotify
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